jueves, 24 de diciembre de 2015

Ciudad de M

Cuando mi amigo Fernando "Chicho" Zuñiga terminó el servicio militar en la marina (2 años de voluntario) vino a visitarme, pues le contaron que yo ya no era el mismo. Que ya no me veían seguido por el barrio. Es más, que ya no salía de casa y si lo hacía, era de noche. Que de alguna manera me había vuelto antisocial, más retraído de lo normal, emo o no sé qué más vainas inventadas. Todas esas cosas que se suelen decir ante algo que no se sabe explicar. Lo único que puedo decir al respecto es que me mudé varias veces por temas ajenos a esta historia.

Recuerdo que me sorprendió verlo después de dos años. En todo ese tiempo no lo fui a visitar como sí lo hicieron mis otros amigos. Estaba cambiado. Hace dos años atrás nomas era flaquísimo como yo. Ahora estaba más ancho, había desarrollado músculo y la ropa le quedaba ajustada. Vestía un polo blanco de mangas cortas y de franjas verdes en los hombros. Estaba parado ahí, frente a mi puerta, algo rapado y quemado por obvias razones. Además, tenía el ceño serio e imponente. Ya no tenía la cara de niño inocente. 

Al verme le cambió el rostro y sonrió. No estaba solo, vino con dos amigos más del colegio. Lo reconocí; era el mismo amigo de infancia con el que me quedaba charlando de sueños y de tareas los viernes por la noche. No me había olvidado. Vino a "sacarme" porque no podía creer que nadie sabía algo de mí en un año. Vino a visitarme con un vino en la mano y un par de CD´s que había comprado en el centro.

No sé de qué conversamos ese preciso momento, pero sé que el tema de los CD´s nos llevó por el camino de la música. Era el CD del soundtrack de la película Ciudad de M, película peruana, que yo ya había visto un par de veces y era una de mis favoritas, no solo por la trama sin por la música. El otro CD era de Daniel F (no recuerdo el disco). Me contó que su promoción de la marina (así se llaman ellos) le gustaba mucho la música del "F" y que, en sus días de franco, él le llevaba a un bar del Jr. Quilca, donde ponían en la rockola puro rock de aquel entonces y que fue ahí donde conoció la música de Daniel y de todo ese género contestatario y subterráneo.

Había traído su Station wagon, tipo el de la película peruana, pero no tan viejo como aquella. En ese momento fue bautizado como "el carro de ciudad de M" (reímos mucho al respecto) Ya todos habíamos entrado en confianza y decidimos irnos a otro lugar.

"A cualquier lugar, llévame...
a cualquier punto de la ciudad
sin rumbo preciso..."

Nos subimos al carro y puso el CD del soundtrack y lo primero que sonó fue "Mala sangre" de La liga del sueño "Nunca fui de este pueblo, jamás fui un cristiano; no. Siempre fui raza inferior...". Entonces fuimos a su casa a celebrar no solo en final de su servicio militar sino el reencuentro de los amigos de siempre.

Estábamos embalados. Charlamos de música, de religión, de política, de la secundaria: de los momentos más épicos del colegio; esos que nunca se olvidarán y que se suelen decir en cada encuentro y tienen el mismo efecto de risa en todos. De su experiencia en la marina: de su bautizo, de cuando lo raparon, de cuando almorzaba en el comedor, de los castigos, de los ejercicios que hacían a muy tempranas horas. Todos escuchábamos porque lo sabía contar con gracia. Nos reíamos con él. Estaba orgulloso de haber servido a su patria. Yo no iba a contradecirle. 

Tenía toda una filosofía de vida. No había duda de que había madurado más que yo, sin embargo traía arraigado ideas ajenas que -seguramente- esa verticalidad del sistema al que pertenecía habían impuesto sobre él. Pero lo escuchábamos porque estaba convencido de ello. Para ese entonces yo ya no era tan extraño y todos estábamos como si no hubiera pasado el tiempo: bebíamos y cantábamos las canciones de Daniel F. A él le gustaba la canción "el hombre que no podía dejar de masturbarse", título sugerente que solo el "F"sabe ponerle a sus canciones...

"Cuando octubre cayó sobre sus ojos
se agotaron los días de verme en enojos
caminaba entre islas sin puerto seguro
como ciegos que miran de reojo al futuro..."

Ya daban las diez de la noche y decidimos ir a un restobar cerca del barrio para seguirla ahí. Bailamos y pogeamos hasta la madrugada. Nos volvimos a juntar como antes, pero ya no teníamos diecisiete sino casi veinte años y la poca independencia que nos favorecía la aprovechábamos bien. Creo que de alguna manera, él tenía ese imán de juntar a la gente y hacer un buen grupo humano. Gente magnética le llaman.

Empezamos a pelotear los fines de semana, a ir al gimnasio para aumentar músculo e ir a la playa o piscina, a hacer costumbre comer ensaladas de fruta los domingos por la noche, a ir a los conciertos de rock nacional y, paulatinamente, a asumir responsabilidades: a dejar el trabajo por el estudio, a ser realista y darme cuenta de que sino estudiaba no lograría mis metas. Pero en ese tiempo nos juntábamos en la tienda del barrio hasta que se nos ocurriera algo qué hacer el resto del sábado o domingo. Eramos el "Chato Jhonny", Chicho, Marcos, Germán y yo, los que por entonces rompimos todas las rutinas posibles. El "Chato Jhonny" no era de la promoción, pero fue parte del grupo porque era el independiente y el que solventaba la mayor parte de los gastos. Un buen tipo.

Fueron aquellos días donde el futuro era incierto, pero qué bien la pasábamos entre conciertos y conversas hasta la madrugada. Entre pichangas de fin de semana y lateadas largas, como la de Alfonso Ugarte hasta Izaguirre en los Olivos. Entre metas y decepciones que nos volvían a tierra. Entre trabajos mediocres y de medio tiempo...

Al final me alejé -otra vez- de todo para ingresar a la universidad y cada quién tomó su rumbo. Ya no los veo como antes. Tal vez el del imán era yo y no lo sabía. No lo sé aún. Hace poco mi amigo Germán me llamó y me contó que trabajaba para un tipo que estaba enganchado con los festivales de rock en el Perú y me hizo entrar gratis al concierto de Vivo por el Rock 5 con un brazalete de alimentos. Fue alucinante entrar de esa forma al estadio nacional. Mi amigo del que conté al principio formó una bonita familia y consiguió un trabajo estable. De los demás no sé mucho. Yo ya llevo cuatro años de universidad y supongo que nos volveremos a encontrar en cualquier lugar, porque he desaparecido otra vez.

"Eran unas caminatas,
las que yo solía hacer...
Aire frío, tardes grises
y los días al revés...
Y en las noches solía ver...
Las calles de mi ciudad"




Manuel Q. Lucana

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