domingo, 22 de marzo de 2015

Vacaciones en Nasca: Nacer

Me voy a Nasca con mi enorme mochila y llevo conmigo, en este viaje cargado de excusas, un corazón que ya me extraña, un libro de Cortázar, un montón de canciones para el camino, muchos saludos y un abrazo de mi madre por el móvil. Son siete horas de camino y el viaje es más largo cuando vas solo; aunque ahora que lo pienso no voy tan solo pues la tecnología me permite ir con mi gran amigo Willy que ha acompañado hasta las cuatro de la mañana. Estación Ica: Aún faltan dos horas...

Amanece en Nasca y yo dormiré hasta el medio día. Mi padre no responde el celular (qué sorpresa); sin embargo, los que me atienden son buenas personas y me tratan bien gracias a él: Desayuno, almuerzo y cena. "Solo estaré 5 días a lo mucho" -les digo. Quiero dejar atrás el bullicio de mi casa, el tráfico de lima, ese calor que abochorna, la inseguridad de las calles y las aglomeraciones de luces y carteles que hay por mi localidad. Además de ello quería cambiar de aires. Me gusta lima, soy muy urbano, pero siempre es bueno alejarse de la ciudad y respirar gente nueva, nuevas experiencias y, sobretodo, disfrutar los paisajes amplios.

Ya en la tarde me dispongo visitar a los familiares. Para ser más exacto a la tía Ali que viven a 20 minutos del hotel en el que estoy hospedado. En Nasca es común transportarse en taxi, te cobran entre tres o cuatro soles a casi todos los lugares que quieras ir. Los 10 minutos en los que trato de recordar las callecitas aledañas de Vista alegre y el lugar exacto donde bajar, me da una nueva perspectiva del lugar. En un año las cosas cambian y ya no me ubico bien, pero la tienda de mi tía está perfectamente ubicado en una esquina; así que doy fácil con el lugar: abrazos y sonrisas nos embargan por la sinceridad del saludo anual con mi tía que conocí hace solo dos años atrás. Conversamos y me muestra una promesa que saca de un portafotos antiguo: Mi madre a los 17 años. Me quedo viendo la foto por un momento y mi tía me observa sonriendo porque sabe que no reconozco a la de la foto. Me cuenta anécdotas de ese tiempo y yo la escucho como se debe de escuchar a las personas con mucha experiencia...

El camino de vuelta al hotel, ya no me importó ver las callecias de Vista alegre. Trataba de reconocer a mi madre en esa foto perfectamente cuidada y en todo ese cabello largo que tenía. A primera vista no la pude reconocer a ella; no de manera general, pero sí por sus facciones intactas. Pude reconocerme en su pequeña nariz, en esos ojos que aún no mostraban tristeza, en sus labios y cejas que son los míos; y, al notarlos, mis ojos brillaron nostálgica y resentidamente. Resentida por cosas del corazón que no divulgaré por este medio.



27 de setiembre de 1982

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